20 ene 2010

Lástima de bisturí

Hace tiempo leí, no me acuerdo dónde, un interesante artículo sobre el mecanismo que nos lleva al sueño. Según se afirmaba allí, una reminiscencia del pasado arborícola de la especie de la que, a golpe de evolución, procedemos consiste en que nuestro cerebro no anula el sentido del equilibrio mientras dormimos. Como prueba de ello, piénsese en que todos somos capaces de permanecer horas y horas sumidos en el sopor, justo en el borde del colchón, de lado, en una postura precaria, y raro que acabemos en el suelo. Controlamos a la perfección, incluso en pleno letargo nocturno, los débiles movimientos que nos mantienen nivelados sobre la cama. ¿La razón evolutiva? Lógica: lo más seguro para pasar la noche en una selva plagadita de animales carnívoros es refugiarse en la copa de un árbol. El individuo que no logra mantenerse arriba y se desploma no transmitirá a su descendencia unos genes en los que no se refleja la habilidad de descansar encaramado a una rama.Sin embargo, la fisiología del ser humano cuenta con cierto inconveniente. Tanto el oído como la equilibriocepción (palabreja que designa al sentido del equilibrio) reciben señales de órganos situados ambos en el mismo lugar del cráneo. Así, el estudio al que me refiero concluye con que, cuando nuestro cerebro ha de desconectar la recepción de ruidos como etapa imprescindible para entrar en el sueño, a veces se confunde suspendiendo también la vigilancia de nuestra estabilidad. Me resultó muy curiosa la explicación de esos repullos, esos sobresaltos que en ocasiones nos despiertan de golpe: patada a las sábanas, incorporación súbita del cuerpo, pelota de baloncesto botando dentro del pecho: y que casi siempre se acompaña de la visión onírica de nosotros mismos envueltos en el vértigo de una caída.De algo relacionado con esto es de lo que os quiero hablar hoy, queridos amigos de este blog. Veréis. Años llevo siguiendo la misma rutina tras el almuerzo. Mi mujer y yo sintonizamos un informativo en la televisión. En cuanto comienza la sección de deportes, nos pasamos a La 2, pues ambos nos contamos entre los seguidores de Saber y Ganar. Y justo tras despedir el presentador a los concursantes, me tumbo en el sofá, boca arriba, con los ojos cerrados y las manos entrelazadas sobre el torso. La siesta no perdona. Mi subconsciente actúa con tal rapidez y eficacia, que con frecuencia ni siquiera llego a percibir la sintonía con la que se cierra el concurso. O sea, casi una catalepsia fulminante. Los que asisten a este fenómeno aseveran que el ronquido no tarda en aparecer más de un par de minutos. Y luego, a las cinco menos cinco, otro dispositivo neuronal extraordinario me despierta a fin de tomarme el té, cómo no, a su hora.Pues bien, este maravilloso engranaje biológico que os acabo de describir está siendo perturbado últimamente. Y es que mi esposa, armada con el mando a distancia, zapea: pér-dó-ná, pér-dó-ná: una voz electrizante se cuela por mi oreja: ¿nó-té-jó-dé?: proviene del televisor, ahora convertido en terrorífico instrumento de castigo: ¿vá-lé?: no habla de corrido, sino que silabea convirtiendo en tónica cada fonación: pér-dó-ná, pér-dó-ná: acentuando todas las vocales: ¿nó-té-jó-dé?: aticulando con saña los signos de interrogación: ¿vá-lé?: con una frecuencia en hercios y un timbre ferroviario que raya el umbral de la sensibilidad humana. Mi cerebro lucha: Alberto, no hagas caso: se obstina en abstraerse de embates tan despiadados: si tú coges el sueño en seguida: mis conexiones sinápticas prueban todo tipo de combinaciones con las que neutralizar aquellas espantosas estridencias: concéntrate de una vez, Alberto, que no se diga…, hombre.
Os juro, apreciados internautas, que esos alaridos en nada se parecen a los cantos de sirenas que encandilaron a Ulises. Qué espanto.

Pero la cosa no queda ahí. Si se da la afortunada circunstancia de que se calla esa histérica, entonces mis pabellones auditivos reciben el ariete de una melodía diabólica: y es que yo soy un tsunami: una canción sin duda concebida para la tortura: yo soy una chica in: ni los médicos de Mauthausen habrían compuesto tan refinado tormento: y es que soy algo imparable: mi columna vertebral se agita convulsionada por ramalazos de 220 voltios: no te puedes resistir: el estómago se me encoge, sudo, tiemblo: y es que yo soy un tsunami: casi prefiero que un tsunami de verdad me arranque del diván y me libre de escuchar ese sonsonete. El sonsonete ramplón de una chica in, in de infame, que, si triunfa, servirá a Europa de coartada para expulsarnos del continente.

Reflexionando sobre esta circunstancia, creo que es mi cerebro el que se niega a desconectar del todo el sentido del oído. Tal vez advierta en estos sonidos que salen de la televisión el peligro atávico de los depredadores. En un mecanismo de autodefensa cuya comprensión se me escapa, quizá considere mi mente que he de mantenerme alerta, que no me conviene dormirme ante el posible ataque de una fiera. Puede que se trate de eso. Porque ese pér-dó-ná, pér-dó-ná lo tengo metido en el bulbo raquídeo: pér-dó-ná, pér-dó-ná: como esos soniquetes con los que uno se levanta y ya no puede de dejar de tararear durante todo el día: pér-dó-ná, pér-dó-ná: se me descompone el cuerpo con su sola evocación: pér-dó-ná, pér-dó-ná: náuseas, mareos, malestar físico: pér-dó-ná, pér-dó-ná. Lo dicho, puede que se trate de un mecanismo subyacente de autodefensa.

Y eso que no tengo nada en contra de Belén Esteban. De hecho, el verano pasado le dediqué una entrada laudatoria en este mismo blog. Si queréis recordarla, pinchad aquí. De lo que sí que me lamento es de que, ahora que se ha sometido esta moza a la operación de estética más importante del milenio, no le hubiera temblado el pulso al cirujano. Me lamento de que, en plena faena, no le sobrevino al especialista un providencial estornudo que causase un tajo rotundo a las cuerdas vocales de la paciente. Me lamento de que al profesional, mientras retiraba grasa de la papada, no se le hubiese ido un poco la mano en la extirpación.

Ay, lástima de bisturí…

14 ene 2010

El Juego de tu vida (II)

No sé si os acordaréis, amables lectores del blog, que hace algo más de un año dediqué una entrada de este sitio web al espacio El juego de tu vida de la cadena Telecinco. Hoy pretendo comentaros la última de sus emisiones, la del pasado miércoles. Para quienes no conozcáis la mecánica de ese concurso o deseéis releer mi primer artículo, podéis pinchar aquí.

En aquella ocasión, mi afición a ese programa la achaqué a cierto componente sádico de mi personalidad, cierto regodeo en el sufrimiento ajeno, quizás un poso del cerebro de reptil sobre el que después evolucionaría el del homo sapiens y que, por fortuna no aflora en mi comportamiento más que delante de la pantalla del televisor. Porque El juego de tu vida supone, en la práctica, rescatar de la Edad Media el castigo de la picota, el rollo, la columna erigida en la plaza mayor y a la que se ataba al condenado durante días para befa y escarnio de esas gentes de bien que unos llaman populacho. Creedme: es así. Aunque la productora intente disfrazarlo de una especie de terapia sicológica a la que se somete el concursante por voluntad propia, el infeliz jugador, magnetizado por la zanahoria de una recompensa en metálico, se ata a sí mismo al rollo medieval del oprobio público para disfrute de los telespectadores.

Si habéis visto alguna vez el reality, sabréis a lo que me refiero. Bien el participante, bien los 3 ó 4 familiares o amigos que le acompañan, bien todos en cuadrilla acaban en evidencia, humillados, deshonrados, descubiertos en faltas inconfesables, puestos en ridículo y desprovistos de cualquier asomo de dignidad o de prestigio: en definitiva: dije entonces: como el culo. Acaban como el culo. Y en la mayoría de las ocasiones, regresan a sus casas sin llevarse un céntimo o con una cantidad que no saca de pobre a nadie.

Pues bien, este jueves, por primera vez, sentí compasión de uno de los concursantes. Sufrí viéndolo sufrir. Pobre tipo. Se trataba de un hombre joven, de unos 30, enjuto, facciones afiladas, aspecto alocado, tirando al biotipo del delincuente, pero de esos delincuentes de medio pelo que caen simpáticos. En el sofá del plató se sentaron su mujer, su madre y un amigo. Todos recibieron su parte. Y encima, el joven no daba la impresión de poseer demasiada inteligencia pues no entendía giros normales del lenguaje. A preguntas como ¿serías capaz de recordar los nombres de todas las mujeres con las que le has sido infiel a tu esposa?, meditaba unos segundos, fruncía el ceño, y luego le pedía a Emma, la presentadora, que se la formulase de nuevo.

Os informo, apreciados amigos, de que este desgraciado no recordaba los nombres de aquellas con las que cometió adulterio, se supone que por su abultado número. También contestó, con lágrimas en los ojos, a otras cuestiones que sacaron a la luz lo peor de sí mismo.

Emma: ¿Dejarías a tu mujer si supieras que te ha sido infiel?
Concursante: Sí
Voz en off: Eso es..., verdad.

Emma: ¿Consideras que tu madre se enorgullece de tu afición al alcohol?
Concursante: No.
Voz en off: Eso es..., verdad.

Emma: ¿Te has gastado en sustancias ilegales el dinero destinado a la comida de tu hija?
Concursante: Sí.
Voz en off: Eso es..., verdad.

Emma: ¿Estimas que eres digno de tener la esposa que tienes?
Concursante: No.
Voz en off: Eso es..., verdad.

Emma: ¿Opinas que tu madre tuvo suerte al tenerte como hijo?
Concursante: No.
Voz en off: eso es..., verdad.

Y en cada una de sus manifestaciones, en sus gestos, en su intento de contener el llanto, en el rictus de sus labios contraídos en un punto se adivinaba el remordimiento, la autoinculpación, la consciencia de un fracaso... Era obvio que, mientras meditaba la respuesta, pensaba para sus adentro: qué mierda de persona soy, qué despreciable, vaya una vida que le doy a quienes me quieren... Y el colmo del patetismo aconteció cuando le preguntaron si su hija merecía un mejor padre. Con un ademán desvalido, aguantando en silencio durante unos instantes interminables, casi un minuto, el infausto protagonista acabó por pedir auxilio a su familia. Extendió un brazo tembloroso y balbuceó una súplica: el pulsador, por favor, dadle al pulsador, porque ni yo mismo lo sé...

De otros concursantes jamás aprecié que se dieran cuenta del vilipendio y el descrédito de que eran objeto. Más bien se les veía convencidos de que aquellos pecadillos que confesaban se considesarían como travesuras encaminadas a obtener el premio. Pero este desdichado del miércoles noche, pese a sus aparentes pocas luces, sí que experimentaba una auténtica desazón. Pobre tipo. Ya lo dije antes. Incitaba a la lástima. Qué mal lo pasó. Y yo con él. En verdad que me sentí fatal, que me solidaricé con su castigo, que me afligió su inmolación. Me entristeció la escena en que un hombre era denigrado ante las cámaras y trasmitida su vergüenza a los 4 puntos cardinales con el solo objeto de proporcionarnos una cruel diversión a quienes sintonizábamos Telecinco a eso de la una de la madrugada.


Conseguidos 5.000 euros, la presentadora le lanzaba anzuelos para que siguiera adelante: ten en cuenta que puedes doblar tu dinero: lo animaba a proseguir: solo tienes que contestar con sinceridad a 3 preguntas. En contra de lo que me suele suceder, mentalmente le gritaba: no sigas, párate ya, ya está bien de hacer el ridículo. Menos mal que se aferró a un rasgo de sensatez: no, Emma, prefiero dejarlo aquí: menos mal que fue más listo de lo que dio a entender: no me atrevo a continuar, Enma: menos mal que él mismo tiró la toalla y se plantó: lo dejo, Emma, me hace mucha falta el dinero, pero mejor lo dejo: aunque ya desarmado por completo, grogui, vencido en el combate, perdida la estima, escarnecido, con 5.000 euros en el bolsillo que maldecirá durante el resto de su existencia, abochornado, mortificado, vapuleado por la verdad.

Dos novedades

Hacía tiempo que no incluía en este blog dos anuncios consecutivos.

Por un lado apreciados amigos, sabed que el próximo 18 de febrero, dentro del programa Circuito Literario Andaluz y en la ciudad de Marbella, tendré la ocasión de departir con los lectores de mis obras durante una hora. El acto se llevará a cabo a las 18:00 en la Biblioteca Pública Municipal Caballero Bonald. Os invito a asistir a quienes viváis por allí. Pasaremos un buen rato. Prometo no aburrir.

Por otra parte, me ha sorprendido con agrado el hecho de que este blog haya sido seleccionado como finalista de los "II Premios SUR.es" en la categoría de páginas personales. En relación a esta circunstancia, SUR me realizó una entrevista que podéis leer pinchando aquí. Según la mecánica del concurso, ahora le toca el turno de pronunciarse a los internautas como vosotros.

Si queréis votar, aquí tenéis el enlace.

8 ene 2010

El Secreto comercial de McDonald's

No me lo podía creer hasta que no lo comprobé esta mañana. Ya sabéis, queridos lectores de este blog, que no suelo bromear con los sucesos extraordinarios. Y este que me propongo narraros, es extraordinariamente extraordinario. Ahora me explico el empeño que puso el gerente, o el representante o el abogado, ya no recuerdo con exactitud lo que era, de la multinacional McDonald's para radicar una sucursal de la famosa hamburguesería en los bajos del bloque de pisos en el que viví hasta finales del XX. Quienes conozcáis Málaga sabréis a cuál me refiero: al que se halla en una de las esquinas de la plaza de la Solidaridad, justo a mitad de camino entre los centros comerciales Larios y Vialia.

En aquel entonces, los vecinos creíamos que McDonald's había elegido nuestro edificio por lo estratégico de su ubicación, justo entre dos grandes complejos de ocio. Sin embargo, sus técnicos no contaron con que a nosotros no nos hacía la menor gracia que instalasen sus tremendos aparatos de aire acondicionado en la planta diáfana en la que jugaban nuestros hijos y, encima, la agujereasen para asomar por ella la espantosa chimenea que vomita humos 12 horas al día desde un nivel más bajo que el de nuestras ventanas. Y el aroma, imaginaos, no sería precisamente de Ô de Lancôme. Lo malo del asunto es que, años atrás, antes incluso de la entrega de llaves a los compradores, el promotor inmobiliario había incluido unas cláusulas en el reglamento de la Comunidad de Propietarios que autorizaba a la multinacional del colesterol a cometer tamaño atropello. Fuimos a juicio. El pleito se alargó, como siempre, meses y meses pues cada parte demandó a la otra. No nos explicábamos la tenacidad de McDonald's por establecerse allí, en vez de probar con algún otro inmueble cercano. Porque locales libres había muchos.

Al final el asunto se arregló con un acuerdo. McDonald's renunciaba a ocupar la planta diáfana a cambio de que la autorizáramos a pasar sus tubos, a través de uno de los patios interiores, hasta la azotea. Allí no molestaban ni la chimenea ni las bombas de calor. En contrapartida, McDonald's nos regaló unas reformas en el portal e indemnizó en metálico a los vecinos a quienes se les quitó algo de luz. Retiradas las denuncias, ahí está el McDonald's. Si os acercáis por allí, veréis cómo aflora por encima del bloque el ojo de una especie de periscopio gigantesco.

¿Fin de la historia? Qué va. Ahora viene lo más impresionante. Ha llegado a mi conocimiento, por cauces que no revelaré, el secreto comercial de esta empresa fundada por los hermanos Mac y Dick McDonald en 1940, la fórmula que les ha proporcionado éxitos y más éxitos durante más de medio siglo. Según me aseguraron, hay puntos del planeta que disfrutan de ciertas propiedades que ninguna ciencia consigue explicar, puntos denominados atractores digestivos. Se reconocen por síntomas muy curiosos. Por ejemplo, en un perímetro de 5 metros a su alrededor, instrumentos muy sensibles detectan un gradiente geomagnético infinitesimal. También sorprende que determinadas personas, en concreto los varones noruegos que sean zurdos y pelirrojos y no superen el 1,65 de estatura, experimentan un ligero escalofrío en los antebrazos cuando se acercan a un atractor digestivo. La fuente por la que conozco este extremo sí que puedo hacerla pública pues tan extraña eventualidad fue investigada por el célebre escritor americano Richard Wallace al advertir que la plantilla de ojeadores de McDonald's respondía a un biotipo inusual. Y la última de las cualidades de los atractores digestivos, la que los entendidos llaman invariabilidad de recorrido pseudoaleatorio, es la que he comprobado esta mañana. Consiste en seguir el siguiente algoritmo:

1. Salir de casa y mirar el reloj.
2. Si la aguja del minutero señala un minuto par, andar hacia la derecha. Si no, a la izquierda.
3. Caminar a paso natural contando el número de zancadas desde cero.
4. Detenerse al llegar a una intersección.
5. Si el número de pasos que lleva es par, tomar la derecha, y si es impar, la izquierda, claro está, siempre que sea posible, ya que alguna de las vueltas quizá no pueda transitarse.
6. Volver a la instrucción 3.

Así lo hice, apreciados amigos. Al cabo de media hora, me vi en la mismísima puerta del McDonald's de mi antiguo domicilio. Incrédulo, me llegué a casa de mi hermano y repetí la experiencia. El algoritmo de arriba me llevó derechito a otro McDonald's, este el de la Plaza de la Marina. Insistí. Cogí el coche, aparqué en Segalerva y consulté la hora. Ya en la acera, me atuve a las 6 instrucciones relacionadas. ¿Adivináis dónde terminé? Exacto: en el McDonald's del Centro Comercial Rosaleda.

Probadlo vosotros. Veréis que no falla.

7 ene 2010

Reportaje de Canal Sur

Esta tarde, Juan Carlos, uno de mis compañeros de la Sociedad Malagueña de Astronomía, nos ha enviado un e-mail a los socios comunicándonos que ha colgado de YouTube el reportaje que nos realizó hace meses Canal Sur y que se emitió en el programa Los Reporteros a finales del año pasado.

La verdad es que, aparte de algunas licencias científicas acerca de estrellas fugaces vistas a través de prismáticos, pero que solo pasan por delante de uno de los ojos, ha quedado un trabajo simpático y atractivo.

Podéis verlo en el enlace

http://www.youtube.com/user/astromalaga

Advertiréis que me encontraba aquella noche haciendo fotos astronómicas con mi equipo. Aquí os cuelgo dos de ellas:

Arriba a la izquierda, la nebulosa IC 5146 (Cocoon) y la derecha galaxia M74.

Y a ver si escampa de una puñetera vez y puedo salir de nuevo al campo. Vive Dios.