Cállense de una vez los criticones. Enmudezcan ya los envidiosos. Trágense sus carcajadas los sardónicos. Detengan las oscilaciones de diafragma aquellos que se ríen por mimetismo borreguil. Dejen de batir la mandíbula y de componer photoshops irientes y de mandar twits, no por jocosos, menos injustos y humillantes.
Porque si hay alguien en España que merezca la Medalla al Mérito en las Bellas Artes y la Placa al Mérito Turístico, esa persona no es otra Cecilia Giménez, la venerable mujer que, con la intención de restaurar un fresco de Elías García, ha desatado la furia de los falsos expertos, la sátira de los ignorantes y la indignación sarcástica de quienes jamás empuñaron un pincel.
Viva Cecilia Giménez.
¿Quién iba a imaginarse que un pueblecito de Zaragoza de apenas 5.000 habitantes fuera a saltar a las portadas de la prensa internacional? ¿Quién pronosticaría la afluencia de muchedumbres al Santuario de la Misericordia, movidas, no por rezar las estaciones del Vía Crucis, sino por una especie de morbo artístico? ¿Quién pensaría que una obra de poca entidad, y además probable plagio de otra de Guido Reni, alcanzaría fama mundial?
Y es que Cecilia Giménez, quien dicho sea de paso no tiene mala mano para el óleo, ha sacado a Borja del anonimato planetario, ha generado quién sabe qué expectativas de promoción turística y económica y, lo más importante, ha sustituido un fresco mediocre del XIX por una obra de vanguardia. A saber qué dirían de esa mima pintura los entendidos si estuviese firmada por Miquel Barceló, por Antoni Tàpies, por Fernando Botero o por Edvard Munch... Seguro que analizaban con sentencias sesudas el atrevimiento de los trazos, la maestría de la composición de un fondo que simula un pergamino, la valentía de esas
fosas nasales, solo insinuadas por sendos puntitos, la ingenuidad de un rostro bosquejado con genio, la ira contenida por la divinidad de una cabellera asombrosamente perfilada.
Viva Cecilia Giménez. Déjese su obra tal y como está. Que nadie se atreva a escarbar en los repintes con la intención de devolver al mundo la primitiva vulgaridad que un día lo decoró.
29 ago 2012
EL ECCEHOMO DE CECILIA GIMÉNEZ
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15 ago 2012
GRAMÁTICA DE LA CRISIS
La crisis, ya convertida en franca
depresión, extiende su influencia a campos insospechados. Quién iba
a pensar que hasta la gramática y la semántica modificarían sus
normas afectadas por la recesión económica o recesión financiera
(léase, en realidad, recesión de las ideas). Así que hoy os voy a
mostrar, apreciados lectores de este blog, algunas interesantes
innovaciones en el uso de la lengua de Cervantes.
Por ejemplo, en lo relativo a los
accidentes gramaticales se está abriendo paso un tipo específico de
número. Al plural de modestia, el plural mayestático y el plural
sociativo se ha unido el flamante plural culpabilizador, restringido
a conjugarlo en primera persona. Todos hemos escuchado en estos meses
atrás frases del siguiente tenor:
Es que no hemos hecho los deberes.
Tenemos que hacer los deberes. Hemos gastado lo que no teníamos.
Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Si hubiésemos
tomado medidas a tiempo, ahora no estaríamos así. Etcétera,
etcétera.
No sé a vosotros, pero a mí me dan
patadas en el citoplasma cada vez que me incluyen en esa primera
persona del plural culpabilizador. Porque yo no he construido
aeropuertos sin aviones ni carreteras que no llegan a ninguna parte
ni estaciones de AVE que reciben un viajero al mes ni pistas de pádel
en aldeas de veinte habitantes. No he especulado con solares ni con
viviendas ni con promociones ni con plazas de aparcamiento o
trasteros. No he pertenecido al consejo de administración de ninguna
entidad bancaria ni he jugado con los cócteles de acciones de los
impositores ni les he vendido participaciones preferentes. No tengo
chóferes ni asesores ni secretarios ni me he detenido en gasolineras
para recoger maletines. Nadie me ha agasajado con yates ni con trajes
ni con decoraciones millonarias ni tan siquiera con un viaje a
Botswana para cazar elefantes. Por eso me jode la irrupción en la
gramática de este plural culpabilizador con el que se pretende
diluir la responsabilidad propia en la ajena. No. A mí que no me
metan en esa primera persona del plural.
También hay novedades evolutivas en el
campo de la semántica: la RAE, en su próxima revisión del léxico,
ha de ampliar las acepciones del verbo pedir. Porque seguro que
recordáis haber oído el estribillo estándar con el que nuestras
autoridades rubrican sus declaraciones:
Pedimos nuevos sacrificios a los
funcionarios. Hay que pedir esfuerzos adicionales a la ciudadanía.
Pediremos más sacrificios a los contribuyentes... Y otra vez
etcétera, etcétera.
Pero si realmente se tratara de una
petición, al menos nos quedaba la posibilidad de negarnos a
concederla, o bien admitirla en el grado que creamos conveniente.
Aquí no. Aquí es una imposición a modo de trágala y que se lleva
a efecto, queramos o no, a golpe de boletín oficial. Porque con
el diccionario todavía sin revisar, lo correcto sería decir:
Exigimos nuevos sacrificios a los
funcionarios. Impondremos esfuerzos adicionales a la ciudadanía.
Obligaremos a que los contribuyentes se sacrifiquen todavía más.
¿No hubo uno de esos dirigentes que
prometió llamar al pan pan y al vino vino?
Pues eso.
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