19 jul 2008

18 de Julio en un semáforo

Volvía anteayer caminando del centro, cuando me detuve en el semáforo de la esquina entre calle Córdoba y la Alameda Principal. Me encontraba rodeado de un grupo de jovenzuelos que integraban, sin duda, un viaje de estudios. Los mozos revoloteaban a mi alrededor con esos brincos que proceden del ímpetu de la mocedad. Hablaban con la velocidad punta del galimatías y en el umbral de sensibilidad de la sordera. ¿Decibelius? Qué va. Miles de decibelius suman unos cuantos kilobelius. Normal. Cosas de la edad. De alguna forma hay que hacerse notar, ¿no? Con tal de que un golpe de suerte me mantenga a salvo de sus cabriolas enloquecidas...
Una caravana de automóviles se acercaba por nuestra izquierda. Todos los vehículos golpeaban el claxon. Todos enarbolaban por las ventanillas banderas de España. Qué raro, ¿me habré perdido un acontecimiento deportivo? ¿Habremos ganado, sin yo enterarme, el campeonato mundial de lanzamiento de cabras desde campanarios? Me fijé mejor. No se trataba de banderas baratas de todo a un euro ni de banderines de tiendas de chinos. Amarradas a mástiles de madera auténtica, en su centro exhibían el águila orgullosa del antiguo escudo, el águila imperial con que se combatió a masones y judíos y comunistas y demás lacra deleznable.
Por supuesto, si es que el almanaque señala el 18 de julio. Con razón... Y yo con estos pelos... Seguro que este atado de nostálgicos se encamina hacia la cruz de los caídos que todavía se yergue en la puerta de las cadenas de la Catedral. Con la luz verde para ellos, pasaron justo por delante girando en la dirección que preví.
Pero en ese instante, mis imberbes compañeros de acera comenzaron a increpar a los constituyentes de ese convoy visigótico. Una señora auténtica, una anciana muy bien vestida y coetánea sin duda de Matusalén, respondía desde un Mercedes a la muchachada enarbolando el brazo extendido y articulando reiterados vivaspañas, no por flojos de volumen, menos ardientes y apasionados.
Vivaspaña..., vivaspaña...
Al lado de la buela distinguí, tanto al volante como en los asientos de atrás, aquellas camisas azul mahón con el emblema flechado en rojo sobre el bolsillo izquierdo. Verás tú, la que se va a armar, pensé. Estos pimpollos no saben cómo se las gastan los de la brigada motorizada. Nunca los habrán visto tremolar cadenas ni envainarse puños americanos ni desenvainar porras extensibles con bola en la punta. Por fortuna, no sucedió nada.
Esto me lleva a un par de reflexiones. Por un lado, la alegría de comprobar que las centurias locales de guardianes de occidente caben en apenas 10 turismos. Por otro, que lo que hace unos años hubiese terminado en grave incidente con heridos, no pasó de un intercambio de invectivas. Por fin parece que en este país se impone la sensatez sobre la arraigada costumbre del mamporro. Y por último, que no supe muy bien si denostar del todo a los falangistas. Ellos al menos tienen unos ideales, compártanse o no, en los que creen. Con tal de que no intenten imponérmelos a garrotazo limpio, la convivencia siempre será posible. Ahora bien, ¿y los niñines del viaje de estudios?, ¿qué ideales seguirán distintos de los de forrarse en un reality o emborracharse de jueves a domingo en el botellón o aspirar, como máximo, a aprobar unas oposiciones a funcionario público?

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