14 ene 2010

El Juego de tu vida (II)

No sé si os acordaréis, amables lectores del blog, que hace algo más de un año dediqué una entrada de este sitio web al espacio El juego de tu vida de la cadena Telecinco. Hoy pretendo comentaros la última de sus emisiones, la del pasado miércoles. Para quienes no conozcáis la mecánica de ese concurso o deseéis releer mi primer artículo, podéis pinchar aquí.

En aquella ocasión, mi afición a ese programa la achaqué a cierto componente sádico de mi personalidad, cierto regodeo en el sufrimiento ajeno, quizás un poso del cerebro de reptil sobre el que después evolucionaría el del homo sapiens y que, por fortuna no aflora en mi comportamiento más que delante de la pantalla del televisor. Porque El juego de tu vida supone, en la práctica, rescatar de la Edad Media el castigo de la picota, el rollo, la columna erigida en la plaza mayor y a la que se ataba al condenado durante días para befa y escarnio de esas gentes de bien que unos llaman populacho. Creedme: es así. Aunque la productora intente disfrazarlo de una especie de terapia sicológica a la que se somete el concursante por voluntad propia, el infeliz jugador, magnetizado por la zanahoria de una recompensa en metálico, se ata a sí mismo al rollo medieval del oprobio público para disfrute de los telespectadores.

Si habéis visto alguna vez el reality, sabréis a lo que me refiero. Bien el participante, bien los 3 ó 4 familiares o amigos que le acompañan, bien todos en cuadrilla acaban en evidencia, humillados, deshonrados, descubiertos en faltas inconfesables, puestos en ridículo y desprovistos de cualquier asomo de dignidad o de prestigio: en definitiva: dije entonces: como el culo. Acaban como el culo. Y en la mayoría de las ocasiones, regresan a sus casas sin llevarse un céntimo o con una cantidad que no saca de pobre a nadie.

Pues bien, este jueves, por primera vez, sentí compasión de uno de los concursantes. Sufrí viéndolo sufrir. Pobre tipo. Se trataba de un hombre joven, de unos 30, enjuto, facciones afiladas, aspecto alocado, tirando al biotipo del delincuente, pero de esos delincuentes de medio pelo que caen simpáticos. En el sofá del plató se sentaron su mujer, su madre y un amigo. Todos recibieron su parte. Y encima, el joven no daba la impresión de poseer demasiada inteligencia pues no entendía giros normales del lenguaje. A preguntas como ¿serías capaz de recordar los nombres de todas las mujeres con las que le has sido infiel a tu esposa?, meditaba unos segundos, fruncía el ceño, y luego le pedía a Emma, la presentadora, que se la formulase de nuevo.

Os informo, apreciados amigos, de que este desgraciado no recordaba los nombres de aquellas con las que cometió adulterio, se supone que por su abultado número. También contestó, con lágrimas en los ojos, a otras cuestiones que sacaron a la luz lo peor de sí mismo.

Emma: ¿Dejarías a tu mujer si supieras que te ha sido infiel?
Concursante: Sí
Voz en off: Eso es..., verdad.

Emma: ¿Consideras que tu madre se enorgullece de tu afición al alcohol?
Concursante: No.
Voz en off: Eso es..., verdad.

Emma: ¿Te has gastado en sustancias ilegales el dinero destinado a la comida de tu hija?
Concursante: Sí.
Voz en off: Eso es..., verdad.

Emma: ¿Estimas que eres digno de tener la esposa que tienes?
Concursante: No.
Voz en off: Eso es..., verdad.

Emma: ¿Opinas que tu madre tuvo suerte al tenerte como hijo?
Concursante: No.
Voz en off: eso es..., verdad.

Y en cada una de sus manifestaciones, en sus gestos, en su intento de contener el llanto, en el rictus de sus labios contraídos en un punto se adivinaba el remordimiento, la autoinculpación, la consciencia de un fracaso... Era obvio que, mientras meditaba la respuesta, pensaba para sus adentro: qué mierda de persona soy, qué despreciable, vaya una vida que le doy a quienes me quieren... Y el colmo del patetismo aconteció cuando le preguntaron si su hija merecía un mejor padre. Con un ademán desvalido, aguantando en silencio durante unos instantes interminables, casi un minuto, el infausto protagonista acabó por pedir auxilio a su familia. Extendió un brazo tembloroso y balbuceó una súplica: el pulsador, por favor, dadle al pulsador, porque ni yo mismo lo sé...

De otros concursantes jamás aprecié que se dieran cuenta del vilipendio y el descrédito de que eran objeto. Más bien se les veía convencidos de que aquellos pecadillos que confesaban se considesarían como travesuras encaminadas a obtener el premio. Pero este desdichado del miércoles noche, pese a sus aparentes pocas luces, sí que experimentaba una auténtica desazón. Pobre tipo. Ya lo dije antes. Incitaba a la lástima. Qué mal lo pasó. Y yo con él. En verdad que me sentí fatal, que me solidaricé con su castigo, que me afligió su inmolación. Me entristeció la escena en que un hombre era denigrado ante las cámaras y trasmitida su vergüenza a los 4 puntos cardinales con el solo objeto de proporcionarnos una cruel diversión a quienes sintonizábamos Telecinco a eso de la una de la madrugada.


Conseguidos 5.000 euros, la presentadora le lanzaba anzuelos para que siguiera adelante: ten en cuenta que puedes doblar tu dinero: lo animaba a proseguir: solo tienes que contestar con sinceridad a 3 preguntas. En contra de lo que me suele suceder, mentalmente le gritaba: no sigas, párate ya, ya está bien de hacer el ridículo. Menos mal que se aferró a un rasgo de sensatez: no, Emma, prefiero dejarlo aquí: menos mal que fue más listo de lo que dio a entender: no me atrevo a continuar, Enma: menos mal que él mismo tiró la toalla y se plantó: lo dejo, Emma, me hace mucha falta el dinero, pero mejor lo dejo: aunque ya desarmado por completo, grogui, vencido en el combate, perdida la estima, escarnecido, con 5.000 euros en el bolsillo que maldecirá durante el resto de su existencia, abochornado, mortificado, vapuleado por la verdad.

1 comentario:

  1. Que buena descripcion de ese bochornoso ¿espectáculo? televisivo, y que ejercicio de empatía con los pobres,desvalidos e incautos concursantes.

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