2 sept 2009

Onironautas espaciales

Todo lo relacionado con los sueños me resulta fascinante. Si me despierto en el transcurso de uno de ellos, procuro repasarlo en mi mente repetidas veces con el objeto de memorizarlo, pues un sueño ya memorizado jamás se olvida. Y esto lo consigo incluso si me levanto de la cama y me dirijo al baño o a la cocina a beber un vaso de agua. Durante ese intervalo fronterizo en el que no llego a alcanzar por completo el estado de vigilia, otros sueños ya soñados surgen espontáneos en mi cerebro. Me asombro entonces por encontrar conexiones entre ellos, conexiones que me parecen muy lógicas y muy normales. Mis neuronas engarzan razonamientos que verbalizo con más seguridad aún que si me hallara despierto.

Hay que ver, Alberto, cómo nunca has caído en el nexo que relaciona el sueño de la procesión que acaba en catástrofe con el del tsunami que acontece a los pies del aquel gigantesco acantilado sobre el que reposa un hotel de 5 estrellas. Era de cajón que los 2 sueños constituían capítulos de la misma historia. Y qué facil pasar de este último a ese en el que una banda de cuatreros asalta tu antigua vivienda de calle Los Frailes. Y además de recorrer con enorme facilidad la nutrida base de datos de sueños ya soñados, soy capaz de elegir uno a voluntad, dormirme casi de inmediato y retomar el hilo en donde lo dejé.
Fascinante. Ya lo dije al principio: fascinante de verdad.

Por supuesto que he usado los sueños como material literario. De hecho, en Regina angelorum intervienen como parte fundamental del argumento. Y en mi última novela, todavía por publicar, incluyo una pesadilla que compartí con mi hermano Fredy cuando éramos niños. Ambos lo supimos muchos años más tarde. No recuerdo si fue él o fui yo quien comenzó a describir su pesadilla, pero el relato se convirtió en un mano a mano. Cada uno preguntaba al otro por los detalles que vendrían a continuación a fin de comprobar que no le estaban tomando el pelo. En absoluto: sendas pesadillas coincidían hasta en sus elementos más triviales. Sorpresa. Estupor.
Mas no os narraré aquí, queridos lectores de este blog, ninguno de mis sueños, sino uno que experimentó mi amigo Lucas. Hará una semana que me lo relató. Y a mí, qué queréis que os diga, me encantó. Se trataba de un sueño maravilloso, digno de plasmarse en letra escrita, un sueño igual de seductor que los que se leen en Arrabal celebrando la ceremonia de la confusión, aunque sin elementos tan disparatados o absurdos como los usados por el genial escritor melillense. Intentaré reproducir la escena con fidelidad.

Lucas y yo nos sentábamos en los extremos antípodas de la mesa de una cafetería. Nuestras bebidas, una Coca-cola y un café con hielo, se acabaron pronto bajo el calor de una tarde de agosto. Llevábamos ya un rato hablando de cosmología cuando Lucas se decidió. Pues yo, Alberto, me acuerdo perfectamente de un sueño que tuve a los 8 ó 9 años. ¿Sí?, cuéntamelo, Lucas, por favor. Pues verás, estaba durmiendo, y de pronto comenzaba a flotar y me elevaba en el aire. Y ya desde el techo de mi cuarto, me veía a mí mismo en la cama, dormido. Así permanecí unos minutos, contemplándome a mí mismo. Me parecía muy natural la situación. Aquel que yacía era yo. Sin embargo, mi punto de vista era el del yo que flotaba. Y luego seguí subiendo por encima de la casa, volando y ascendiendo sin parar. Las cosas se veían cada vez más chicas. Y subía, subía y subía. Llegó un momento en que abandoné la Tierra. La vislumbraba desde el espacio, como si hubiera salido de una nave para dar un paseo espacial. Y yo estaba con las piernas y los brazos encogidos, así. Anda, Lucas, pues eso me recuerda a la última imagen de 2001, ¿no crees?, esa en la que aparece un niño en posición fetal rodeado de una esfera transparente y azulada. Seguro que viste 2001, una odisea espacial pocos días antes. No, Alberto, porque mi sueño no terminó ahí. Continué alejándome de la Tierra. Más lejos y más lejos. Y también dejé atrás el sistema solar. Volaba entre las estrellas. En ese instante, me di cuenta de que no llevaba ya el pijama, sino una túnica blanca. Después vinieron las galaxias. Las adelantaba encaminándome hacia no sé donde. Miré a mi derecha. Había una interminable hilera de gente, aunque muy espaciada, cada persona a bastante distancia de la anterior. Todas en línea. Todas con túnica blanca. Todas volando en el mismo sentido. Y a la izquierda igual. Otra fila se prolongaba infinita, inacabable, una ristra de siluetas blancas que se transformaban en puntitos con la lejanía. Y conforme avanzábamos, las galaxias escaseaban poco a poco, hasta el punto de que desaparecieron por completo. Solo estábamos nosotros, con túnica blanca, rodeados de una inmensidad de color negro. Y el negro era un negro, Alberto, mucho más negro que el de la realidad. Te lo aseguro. Imposible encontrar en el mundo de los despiertos un negro tan negro como aquel. Un negro negrísimo. Solo en un sueño se puede ver ese negro. Y lo mismo sucedía con el blanco de nuestras túnicas. Jamás, salvo que repita mi sueño, conseguiré toparme con ese blanco tan blanco. Infinitamente blanco. Entonces comenzó a aclarar algo en la dirección de la marcha. Me acercaba a algún paraje que se mostraba en principio muy blanco. Percibí que ese fondo blanco hacia el que volaba poseía el mismo blanco de las túnicas. Me aproximaba a algo tintado de ese blanco uniforme y sin la menor imperfección. Y al llegar al alcance de mi mano, quise extenderla para tocar el blanco. En ese momento me desperté. Me quedé sin saber qué había tras esa especie de pantalla fantasmal de color blanco.

Mi inteligente amigo Lucas no quiso dotar de explicación alguna a su sueño. Es lo mejor. Lo más sensato. La ciencia sabe muy poco de los sueños como para meterse en los berenjenales del psicoanálisis o, peor aún, en las especulaciones de los viajes astrales, de los que son tan amigos los paracientíficos o los místicos. Tan solo se limitó a articular una metáfora que me resultó muy llamativa. Cualquiera diría, Alberto, que en mi sueño viajé hasta el Big-bang.
Y en verdad que encontré su metáfora muy acertada. Qué suerte la de mi amigo Lucas, que ha viajado en sueños hasta el Big-bang.

1 comentario:

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