4 jun 2008

Presentación de "Regina Angelorum" en Almería


En esta primaveral velada quiero haceros la invitación a la lectura de una novela de Alberto Castellón Se trata de uno de sus útimos relatos publicados, Regina angelorum, ganador del Premio de Novela Felipe Trigo en 2007, con el que está obteniendo además el reconocimiento de sus lectores y de la crítica. Alberto se reconoce a sí mismo como curtido en las lides de los concursos literarios, y lo cierto es que bien puede hacerlo, pues con ellos no sólo consigue esa experiencia-con la carga de incertidumbre que conlleva-, sino también los merecidos triunfos. Es así que ya su curriculum de escritor incluye, además del otorgado a esta novela, algunos más, además de alcanzar la condición de finalista en varios certámenes de narrativa de más prestigio. Los títulos de sus primeras novelas publicadas son Tarta noruega, (2002) o Victoria y el fumador. Algunos cuentos suyos han sido igualmente premiados y publicados en diversas antologías. Esto supone un entramado narrativo de producción literaria de considerable alcance, con el que Alberto se ha ido haciendo un hueco en el panorama de los narradores actuales cuya obra alcanza eco en la recepción de la crítica y de la difusión lectora.
En el bagaje personal de Alberto encontramos una peculiaridad que no se da a menudo entre los escritores de obras de creación: su dedicación profesional a la docencia universitaria de las matemáticas. Para los que somos netamente de “letras” , como antes se decía, provoca un cierto asombro, y con franqueza, una notable admiración, no desprovista de envidia, su conjunción de habilidades, el que se mueva con propiedad en este binomio, en este doble universo de los números y de las letras. Y aún más si a esto se añade que es guitarrista.
Para entender su afán de autor literario quizás nos ayude tener en cuenta lo que explicaba Vargas Llosa en sus Cartas a un joven novelista, donde sostiene que las personas desarrollan en su infancia una predisposición a fantasear; este es el punto de partida de la vocación literaria y quien la tiene debe considerarla su mejor recompensa.
En efecto, Regina angelorum parece fruto de una indudable vocación literaria, y en ella encontramos las inequívocas trazas de lo que se puede considerar calidad y rigor narrativos. Tales trazas proceden del acierto en la técnica narrativa, de la creación de personajes singulares que se mueven en un ambiente al que los lectores accedemos sin dificultad, gracias a la hábil prosa con que este mundo novelesco está erigido.
La novela nos sumerge en las cuitas de una joven malagueña, Noni, limpiadora en un hotel, quien junto con su amiga y compañera Encarni, recurre angustiada a los servicios de una echadora de cartas para que las oriente y auxilie ante una situación que las aterroriza. Se trata de la llegada al hotel en que ambas trabajan de una antigua amiga de la infancia, Cancú, lo que despierta en las dos un miedo cerval. La aparición de Cancú en la infancia de estas jóvenes, y de su grupo de amigos en su pueblo, envileció su niñez, y acarreó para todos trágicas consecuencias. Ahora, años después, reviven amargamente los episodios del pasado, al tiempo que las invade el pánico ante la posibilidad de volver a caer bajo el dominio maléfico de Cancú, o de ser víctima de sus devastadores poderes.
A esta línea básica de la trama se añade un cierto suceso infortunado, la desaparición de un niño, que conmociona a la Málaga de los cincuenta, ciudad entregada con fervor colectivo a las misiones, uno de los procedimientos con los que las autoridades eclesiásticas enardecían las prácticas religiosas en la España de posguerra.
La tonalidad predominante es la de las vivencias de la protagonista-narradora, Noni, en ese ir y venir de su presente angustiado hasta su infancia no menos atormentada; en este marco de sentimientos, la sexualidad –homo, o en menor medida, hetero- también hace acto de presencia en alguna ocasión.
En la creación de estos dos personajes centrales, Noni y Cancú, encontramos, en mi opinión, uno de los logros de la novela. El personaje de Cancú, en particular, está especialmente bien creado, en toda su abominable psicología. Irrumpe en la infancia de los niños de pueblo y, dotada de una inteligencia sibilina, les impone propuestas maquiavélicas tácticas de juegos; a partir de subvertir el inocente juego del Antón Pirulero, los arrastra a la humillación, la rebajación, o aún algo más siniestro. Si algo la identifica es la maldad y el sadismo. No son tan frecuentes los relatos en que los personajes centrales presenten tal grado de maldad, de iniquidad, tal capacidad para obtener satisfacción provocando el sufrimiento de los otros. Cuando he sabido que hay algún leve apunte autobiográfico en el personaje de Cancú, he experimentado una cierta preocupación, porque siempre he tenido a Alberto por persona cabal y decente; espero que ahora nos aclare si hay algo suyo que haya trasladado a esta diabólica criatura de ficción, para que nos tranquilice a todos confirmando que este personaje no es trasunto de las perversiones de alguien real.
Creo, en efecto, que el perfil del personaje de Cancú proporciona una de las notas características de la novela, y con ello se cumpliría lo que dijo Borges acerca de que sabemos cuándo en la ficción nos encontramos con un verdadero personaje: cuando éste existe más allá del mundo que lo creó.
Uno de los elementos que nos atrapan en la lectura es el modo en que la novela arranca; el inicio tiene el brío de los buenos relatos, y nos estimula a la lectura. Un narrador norteamericano actual, Raymond Carver, ha destacado cuán importante es el principio de la novela: “Los comienzos son muy importantes. Una historia cualquiera es bendecida o maldecida con sus líneas de apertura.”. Carver aclara hasta qué punto una novela avanza a partir de la primera frase, que para él es clave en el desarrollo y orientación que va a tener el resto del texto, y confiesa que, por ejemplo, escribió una historia a partir de una 1ª frase: “Me puse a escribir una historia, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento. Después de esa primera frase, brotaron otras frases complementarias para complementarla”.
En el caso de Regina angelorum, la 1ª frase (Hace ya bastante que ella se levantó, y todavía no ha terminado de disiparse la oscuridad de la noche ) parece prometedora, y en efecto las mejores expectativas se cumplen en las siguientes 6 páginas que inician la novela. En este estimulante preludio recoge Alberto la soledad cotidiana de una sexagenaria, a la que algo leído en prensa le hace urgar en sus recuerdos, y al remover en su memoria aún aflora el dolor por el espanto y los fantasmas del pasado. De ese flash back inicial toma su impulso la historia.
Las técnicas narrativas muestran también el dominio de Alberto en complejos aspectos de mecánica de la novela, como es la valiente elección por la segunda persona para la voz de la narradora. La 2ª persona narrativa es un procedimiento de la novela a partir de los 70. El narrador se dirige a sí mismo, la narración se convierte al tiempo en monólogo. Esta forma enunciativa reviste especial complejidad, y pocos narradores se aventuran en su empleo; las referencias que se pueden citar, en el ámbito hispano, son de la altura de Juan Goytisolo (Reivindicación del Conde don Julián), o del mejicano Carlos Fuentes.
Junto a esta singular voz narrativa, comprobamos cómo se ensambla con asombrosa facilidad la alternancia de tiempos, el paso del presente de esta camarera de hotel presa del pánico, al pasado, a la época de la que proceden sus terrores, la infancia en su pueblo. Es un doble hilo temporal de ejecución bien pautada a lo largo de los siete capítulos de la novela.
Todo ello se traba de forma cuidada con un lenguaje aquilatado, con un estilo bien timbrado, que se lee con gusto.
Pero creo que para hablar de éstas cosas, o de las que él desee, es ya el momento de que escuchemos a Alberto.
Almería, 29 de mayo del 2008

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