1 feb 2009

El penique negro y otra vez los blancos

Un buen amigo mío, lector ocasional de este blog, me ha pedido que cuelgue en él alguna fórmula que permita calcular el importe del recibo de amortización de un préstamo. Lo hago encantado. He aquí un enlace


a través del cual os podéis descargar la hoja de cálculo Excel que he preparado. Ella os calculará el cuadro de amortizacion de cualquier préstamo sin más que darle como datos el capital, el tipo de interés y el número de meses en los que se amortizará. Por defecto he puesto 300 meses (25 años), pero podéis variarlo sin más que añadir filas (copiando y pegando fórmulas en celdas) o suprimirlas.

Ahora me he acordado de que hace años actué como perito en una demanda judicial a cuenta de los intereses abusivos que le cargaban a un familiar mío. Este hombre, llámese M., estaba escamado por el dineral que se le iba pagando los recibos con los que el banco B. le sufragó la compra de su coche. Acudió a mí para que confirmara los cálculos. Entonces fue cuando escribí la hoja Excel anterior. En ella quedó bien a las claras que B. estafaba sin escrúpulos a M. De ahí que M. emprendiese un litigio en el que su defensor me citó en calidad de perito. Pues bien, ni los cálculos exactos de una ciencia exacta ni mi título de Doctor en Matemáticas le sirvieron de nada. El banco ganó el pleito amparado en la ignorancia del juez. Porque nada hay tan normal en la gente de letras (los letrados) que jactarse de su ignorancia matemática.

Y aparte están los bancos, claro, que cualquiera se mete con ellos. De entre las muchas batallas que he librado con distintas entidades, hoy os quiero contar, queridos amigos, una de las más cómicas. Veréis.

Hubo una época en que llegaban a mi buzón varios recibos que domiciliaba en la misma cuenta, cada uno con un cargo de 20 ptas. por cargos de correo, pero todos venían dentro del mismo sobre. Ello implicaba que alguna de esa cartas me costaba más de 200 ptas., como se mi hubieran remitido un cerdo en canal, vamos. Así hasta que una mañana en que no tenía clases, decidí hacérsela perder al Director de mi sucursal. Me aprendí de memoria el rollo que le iba a soltar para mostrar de esa manera mi determinación.

Hola, buenos días. Buenos días, qué desea. Pues verá, vengo a interesarme por un asunto que me trae mosca: ¿cómo es que me mandan ustedes 8 ó 10 recibos en el mismo sobre y todos con gastos por correo? Ah, ya, eso es culpa del ordenador: eso le sucede a usted, me sucede a mí, a ese señor de la ventanilla..., a todos: no podemos hacer nada. Cómo que no pueden hacer nada, ¿acaso ha oído usted hablar del Penique Negro? ¿El Penique Negro?, no, qué es eso. Pues el Penique Negro, que lo sepa usted, se imprimió en Londres el 1 de mayo de 1840. Y fue el primer sello de correos de la historia. Costaba un penique y era negro. De ahí su nombre. Su invención por Rowland Hill supuso revolucionar las comunicaciones postales pues, gracias a él, se remedió una injusticia secular: la de que las cartas se las cobrase el cartero al destinatario, en vez de pagar el envío el remitente, como bien indica la lógica. ¿Es que no cree usted justo que el correo lo pague quien lo envía, y no quien lo recibe?, porque quien lo recibe no ha solicitado ningún servicio. Sí, sí..., lo entiendo, pero es que el ordenador...

El Director me miraba con ojos de muelle, boca de gárgola, mentón colgandero, como si tuviera frente a él a un evadido del siquiátrico. Pero me mantuve firme en mi postura de erudito enloquecido a lo Alonso Quijano. Y viendo que debía de aumentar la presión sicológica, proseguí con la segunda parte de mi estrategia, la de mencionarle la competencia. Porque mencionarle la competencia a un Banco surte casi los mismos espeluznantes efectos que mentarle la bicha a un gitano.

Pues sepa usted, señor mío, que le comenté esta circunstancia a un excelente amigo, que es nada menos que Jefe de Zona de la Caja de Ahorros C. Este amigo se sorpredió muchísimo con mi asunto pues en su caja no le cobran el correo a ninguno de sus clientes. Y me animó a que trabajara con ellos y así librarme de estos gastos tan irracionales. Y por mi parte, se lo confieso, sería muy doloroso cerrar esta cuenta con ustedes. Más que nada, por una cuestión sentimental: fue la primera que tuve, me la abrí con ocho años, a través de ella cobré mi primer sueldo, luego la puse conjunta con mi mujer...

Y mientras le largaba la monserga, el Director giró la silla para situarse cara a su ordenador. Tecleaba absorto en su pantalla mientras yo arremetía con nuevas referencias a la Caja C. Este tío no me prestará atención, pero por mis muertos que aquí estaré dándole el coñazo hasta que me desaloje el vigilante. Mas cuál no sería mi sorpresa cuando de pronto dejó el teclado, se volvió hacia mí y me dijo muy sonriente:

Ya lo tiene usted arreglado. A partir del próximo mes, no se le cobrará ni un céntimo por gastos de correo. Hasta la fecha.

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