13 jul 2008

"Tarta noruega" en el "Patrimonio literario andaluz II"

El pasado jueves 10 de julio se presentó en el salón de actos de UNICAJA el libro Patrimonio literario andaluz II, en el que se incluyen 18 artículos de sendos investigadores sobre autores nacidos o radicados en Andalucía. Como sugieren el título y el ordinal, se trata del segundo volumen dedicado a estudiar a los escritores andaluces clásicos, ocuparse de los desconocidos, resucitar a los olvidados, y dar noticia de los nuevos. Así lo asevera en el prólogo, y no hay nada que induzca a dudarlo, su editor, Antonio A. Gómez Yebra. Me enteré del evento casi por casualidad, porque mi mujer lo escuchó en la radio, ¿sabes que hoy Antonio presenta un libro?, y me acerqué por allí sin saber siquiera cuál.
Conocía a varios de los asistentes. Aparte de Antonio, claro, al poeta Paco Ruiz Noguera, que firmaba uno de los estudios del volumen dedicado a Antonio Soler (no veía a Paco desde mi pertenencia al grupo “Banda de mar”), a Laura Olarte Stampa, antigua compañera con la que coincidí en el Instituto de Bachillerato Emilio Prados y que también suscribía otro de los opúsculos, y a Ramón Muñoz Chápuli, colega de la Facultad de Ciencias y de actividades narrativas, aunque él especializado en el cuento, género en el que ha obtenido excelentes frutos. Ramón concurría en calidad de consorte, pues su mujer también publicaba una colaboración.
Nada más saludar a Antonio, este me sorprendió con el hecho de que se iba a mencionar mi primera novela, Tarta noruega, que él mismo presentó hace 6 años en el salón de plenos de la Diputación de Málaga. Compartiendo mesa con la anfitriona, comenzó el acto con los agradecimientos entre ambos, no por reglamentarios, menos sinceros. Antonio resumía cada uno de los trabajos tocando las teclas justas para que despertara el interés por su lectura. Conforme describía el contenido de los artículos, calculaba en mi mente el orden en el que los afrontaría como lector. Por descontado que coloqué el primero, dada mi condición de, por qué no admitirlo, discípulo influenciado, el referido a Antonio Soler.
Y fue llegado el turno de su propia aportación, titulada Novela histórica en tres escritores andaluces, donde me vi, junto a los consolidados Jesús Maeso de la Torre y Antonio Prieto, compartiendo el portaobjetos del microscopio de Gómez Yebra. Sobre Tarta noruega, Antonio defendió su carácter de novela histórica, frente a la opinión de algunos críticos que no la consideran como tal. Confieso que en ese instante me enteraba de la existencia de una controversia que me era ajena. Normal. Una vez que el autor ha dado a luz su obra, son otros los encargados de adjetivarla con más derecho incluso que el que la escribió. Por otra parte, no creo que mi papel de examinado me permita comentar aquí nada más acerca del artículo de Gómez Yebra, salvo que me satisfizo bastante. Sé que es un tópico referirse a las novelas como hijas, pero es un tópico verdadero al fin y al cabo. Y qué padre no se siente orgulloso de que hablen bien de sus hijas. Pero el motivo que me inspiró esta entrada de mi blog se produjo más tarde, durante el turno de preguntas del público.
Un desconocido que se sentaba a mi derecha, barbudo, recio y de voz vehemente, finalizó su segunda intervención con unas palabras que recuerdo casi con exactitud: Quiero añadir que Tortilla noruega es un hermoso homenaje a las madres malagueñas. Antonio corrigió en seguida al señor barbudo de complexión recia y vehemente voz: Tortilla no, tarta, Tarta noruega, y sí, coincido plenamente en ello: más aún: Tarta noruega es un homenaje a una madre muy concreta. El autor está presente en la sala: si quiere decir algo…
Me moría de la vergüenza. Qué queréis que os diga, queridos amigos. Por supuesto que no abrí la boca ni moví un músculo de la cara ni articulé el menor gesto que indicase que era de mí o de mi madre de quienes hablaban. Y de quererlo, tampoco podría haber pronunciado más de una frase sin delatar mi emoción. Porque gracias a los lectores de Tarta noruega mi madre es algo más que un nombre escrito en un papel.
Lo cuento en la novela. Pocas horas antes de enterrar a mi padre, abrimos el periódico en el tanatorio para comprobar la publicación de la esquela. Allí estaban las dos, la nuestra, y la que le puso la academia. Y mi madre exteriorizó el sentimiento exacto que me amargaba desde la víspera: Un nombre escrito en un papel, repetía sin levantar la vista de aquella página impar, en eso quedan las personas, en un nombre escrito en un papel… Porque fue en la noche anterior, al acercamos al Hospital a hacernos cargo del cadáver, cuando me quedé consternado al leer el nombre de mi padre escrito a bolígrafo en una hoja de papel y adherida con Fixo al cristal que nos separaba de sus restos. Aquél fue el momento real de la muerte de (mi) padre, escribí entonces, la constatación por escrito del fin de su existencia, la lectura de su nombre escrito en un papel. (…) La fuerza de lo escrito moviendo más impulsos que lo hablado o lo archisabido.
Y conducía con mi esposa en el asiento de mi derecha por los carriles del cementerio, nunca he narrado esta escena, sumidos los dos en el silencio de las despedidas vitalicias, sin decirnos nada, encabezando por casualidad el convoy de dolientes, justo detrás del coche fúnebre, con la mirada fija en el ataúd que se vislumbraba tras su ventanilla trasera, mientras no dejaba de repetirme mentalmente que aquello no podía acabar así, que tenía que escribir algo, que debía vengarme de la desolación provocada por un nombre escrito en un papel escribiendo ese mismo nombre en más papeles.
Un par de años más tarde se publicó Tarta noruega. Allí, en sus hojas de papel crema, aparece escrito multitud de veces el nombre de mi padre, don Luis. Así lo conocía media ciudad. Mi madre también aparecía. Cómo no, puesto que le endosé el papel de narradora-protagonista.
Y luego fue precisamente Antonio Gómez Yebra quien presentó el libro en Málaga. Y en la fotografía para el Diario SUR se reconoce a mi madre al fondo. Y cada vez que el periódico ha tirado de archivo para ilustrar alguna noticia relacionada con mis obras y vuelve a publicar la instantánea, o cada vez que un investigador o un lector se ocupan de Tarta noruega, o cada vez que un desconocido barbudo de complexión recia menciona el asunto con su voz vehemente, ratifica que mis padres son algo más que dos nombres escritos en los papeles.

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